Al oír hablar de árboles gigantes, los japoneses suelen pensar en el famoso cedro Jōmonsugi, que se yergue en la isla de Yakushima. Pero en Japón hay otros muchos árboles gigantes de gran personalidad. Presentamos a continuación un breve muestrario con lo más selecto en la materia, atendiendo al tamaño, a la originalidad de la forma y a la calidad del ramaje. Nuestra primera excursión se enmarca en los comienzos del verano, la época del año en que las hojas lucen un verde más intenso. Conoceremos tres impresionantes ejemplares.
El encanto de los árboles gigantes
Muy alargado de Norte a Sur, el archipiélago japonés presenta características medioambientales que favorecen el crecimiento de una gran variedad de árboles gigantes, siendo Japón, en ese aspecto, una rareza entre los países del mundo.
En Japón, los árboles gigantes comenzaron a interesar al gran público en 1993, a raíz de la inclusión de la zona montañosa de Shirakami-Sanchi (prefecturas de Aomori y Akita) y de la isla de Yakushima (prefectura de Kagoshima) en el patrimonio natural de la Unesco. El protagonista indiscutible de esta etapa fue el Jōmonsugi, nombre que recibió un milenario ejemplar de cedro japonés (Cryptomeria japonica) que todavía se yergue en la citada isla de Yakushima. El Jōmonsugi se hizo tan famoso que se convirtió en sinónimo de “árbol gigante”. Ciertamente, es un digno representante de la flora arbórea japonesa, pero por el perímetro de su tronco no pasa de ocupar el vigésimo lugar en el ranking nacional. Como especie capaz de alcanzar un gran desarrollo es muy conocido en Japón el alcanforero (Cinnamomum canphora), y es precisamente un alcanforero de la prefectura de Kagoshima, conocido como Kamō-no-kusu, el árbol japonés con un mayor perímetro de tronco: algo más de 24 metros. Si nos situamos junto a su base y contemplamos la gigantesca copa, quedaremos literalmente asombrados. Nadie tendrá que convencernos de que el Kamō-no-kusu es no un poco, sino mucho más grueso que el famosísimo Jōmonsugi.
Lo que define el árbol gigante es, normalmente, el grosor de su tronco. Por eso, los expertos coinciden en distinguir entre los kyoboku o grandes árboles, con perímetros de más de tres metros, y los kyoju o árboles gigantes, que superan los cinco metros. Por más que un ejemplar pueda ser milenario y alcanzar gran altura, si su tronco no tiene el suficiente perímetro no entra en esta última categoría. En Japón, además de las dos especies ya citadas (en japonés, sugi y kusunoki), crecen con gran vigor el olmo keyaki (Zelkova serrata) y el ichō (Ginkgo biloba). Pero podrían citarse también el sudajii (Castanopsis sieboldii), el ichiigashi (Quercus gilva), el katsura (Cercidiphyllum japonicum), los subgéneros del Quercus conocidos genéricamente como nara, el pino o matsu, el mukunoki (Aphananthe aspera), o el edohigan, una variedad local del Cerasus spachiana.
Cerca de la costa Oeste de Estados Unidos las secuoyas (Sequoiadendron giganteum), que están entre los árboles más grandes del mundo, crecen en grandes grupos, pero es muy raro que existan bosques formados exclusivamente por árboles gigantes de las otras especies. En Japón vemos a menudo que los recintos ajardinados de los templos y santuarios tienen una variada representación de árboles gigantes, que pueden ser el sugi, el keyaki y el ichō, por ejemplo. El clima templado y húmedo de Japón sustenta una gama de especies muy amplia.
Los árboles gigantes son los seres vivos de mayores dimensiones del planeta y también los más longevos. Su existencia se desarrolla a otra escala, muy superior a la de la vida de los seres humanos. Esto es lo que nos hace abrigar un sentimiento de reverente temor. El sino de los árboles es continuar viviendo siempre en un mismo lugar, allí donde un día echaron raíces. Pero un cambio en el ambiente circundante puede acabar en un abrir y cerrar de ojos con esa vida, efímera al fin y al cabo, así se trate de un árbol gigante enraizado en el lugar desde 1.000 años atrás. No hay que olvidar este hecho.
El alcanforero del señor Jakushin (prefectura de Kumamoto)
Kyūshū es tierra fértil en grandes árboles y, dentro de esta isla la prefectura de Kumamoto lo es en especial por su gran variedad, hasta el punto de ser llamado “el país de los árboles gigantes”. Uno de los más llamativos gigantes de Kumamoto es el llamado Alcanforero del señor Jakushin, un ejemplar de primerísima categoría por su tamaño, vigor, porte, calidad de ramaje y majestuosidad. Si hacemos un balance general de todas estas características, el alcanforero del señor Jakushin es sin lugar a dudas el más espléndido ejemplar de su especie que tenemos en Japón. Durante el tifón 19 del año 1991 perdió una buena parte de sus ramas, pero gracias a su gran vigor actualmente casi todos los destrozos se han borrado y su follaje parece cada vez más denso. Un árbol que hace gala de una vitalidad asombrosa.
Quien contemple la portentosa copa de este ejemplar no necesitará explicaciones al respecto. Cualquier figura humana que se cobije a su sombra quedará convertida en Pulgarcito.
El nombre de este ejemplar se relaciona con la cercanía de la tumba del noble Kanokogi Chikakazu Nyūdō Jakushin, señor del castillo de Kumamoto y de las tierras circundantes hasta que el famoso Kato Kiyomasa (1562-1611) puso la región bajo su control. Ahora, la tumba de Jakushin aparece engullida por las raíces del gigante, que siguen extendiéndose.
Antiguamente, el alcanforero estaba rodeado de huertos, pero en 1989, gracias a la aplicación de un programa estatal de subvenciones a las regiones, fue posible comenzar a acondicionar las inmediaciones, que se convirtieron en un parque bajo el nombre de Zona Verde de Jakushin. Es un magnífico entorno, que adorna la copa del alcanforero, grandiosa desde cualquier ángulo, con bellas vistas de extensiones de césped y campos cubiertos de flores de cosmos. Y el esmero con que es protegido el árbol es prueba elocuente de lo mucho que significa para los vecinos del área. Para quien visita ese lugar, este árbol debe de ser un gran apoyo moral, que sosiega el espíritu y renueva las energías vitales.
El kominekaede del templo de Saizenji, en Saitama
El Saizenji es un templo budista de larga historia (fue erigido en 1429) que está situado en una suave pendiente al pie del monte Bukō, en su ladera norte. Desde su emplazamiento se divisa toda la cuenca de Chichibu. Octava escala en la ruta de peregrinación de las 34 Kannon de Chichibu, el Saizenji es muy visitado, por lo que su ambiente suele ser de gran animación. Pero su fama, más que a su condición de templo que acredita con un sello oficial el paso de los peregrinos, se debe al árbol de la especie kominekaede (Acer micranthum Sieb. et Zucc.) que se alza en su recinto. Visible apenas atravesada la puerta principal del templo, extiende su ramaje a todo lo ancho del jardín delantero del hondō o edificio principal. La suya es una copa tan grande que cuesta creer que se trate de una de las variedades de arce japonés (momiji), que colorean de intenso rojo los bosques otoñales del país. Como si el propio diseño del templo se hubiera hecho pensando en el famoso árbol, desde la fachada del hondō se obtiene una vista frontal del mismo, con toda la riqueza de sus variaciones estacionales.
En otoño, cuando la gente sale a los bosques para contemplar la belleza de los arces, el templo de Saizenji bulle de visitantes. Pero es durante la temporada de lluvias que precede al verano cuando el árbol ofrece un espectáculo más original, pues el musgo que lo recubre por completo cobra un matiz verde especialmente intenso. Si visitan la zona, no dejen de ver el singular aspecto que adquiere el árbol bajo esta aterciopelada cubierta, que extendiéndose a sus pies como una alfombra, crea una atmósfera de misterio. En noviembre, ya en el corazón del otoño, sus hojas se tiñen de rojo y es el momento de contemplarlas en todo su esplendor. El teñido no es uniforme: algunas hojas toman un tono amarillento que forma con el resto un bello degradé. Un árbol gigante que puede ser contemplado horas y horas sin hastiarse y uno de los momiji más espectaculares de la región de Kantō.
El ichō del templo de Bodaiji, en Okayama
Hace tiempo, el templo de Bodaiji de la localidad de Nagi, en Okayama, quedó abandonado y ofrecía una ruinosa imagen, pero ahora luce tan bello que parece otro, pues todo su recinto es objeto de un cuidadoso mantenimiento y hasta se le ha dotado de parking. En un rincón del recinto del templo se alza un gigantesco ichō (Ginkgo biloba) masculino, que está catalogado como el mayor de la región de Chūgoku en su especie. Según una tradición del templo, el sabio budista Hōnen (1133-1212), fundador de la secta de la Tierra Pura (Jōdoshū), en un gesto de determinación en su empeño por coronar con el éxito su formación religiosa, clavó su bastón en la tierra. El bastón germinó y creció hasta convertirse en el venerado árbol. Sea cierta o no la leyenda, llaman la atención en este árbol sus raíces aéreas, popularmente conocidas como chichi (tetas), que cuelgan en gran número de sus ramas. El árbol tiene también un magnífico ramaje, con muchas ramas menudas que surgen como agujas de las ramas más grandes. Esta maraña de raíces aéreas y puntiagudas ramillas que cubren su grueso tronco y sus ramas horizontales merece de por sí una visita. El suyo es un vigor tal que el viejo dicho de “cada vez más viejo y cada vez más fuerte” parece hecho para él. Como suele ocurrir con muchos ichō, también este ejemplar tiene un perímetro mayor a una cierta altura que en la base, pero la impresión visual es, en todo caso, mucho más fuerte que la que puede dejarnos cualquier medida. Uno de los más llamativos ichō de la mitad occidental del país.
Texto y fotografías de Takahashi Hiroshi.
Referencia: www.nipoon.com
Referencia: www.nipoon.com
No hay comentarios.:
Publicar un comentario